Lo único que tenemos es a nosotros mismos. Nadie tiene derecho a decidir mis deseos ni mis gustos, ni intervenir en mi búsqueda de la felicidad. Nada debe interferir ni determinar mis gustos, mis deseos, mis placeres.

Sofía Katz

Hace unos años tuve una relación amorosa en la cual con mi compañero reflexionamos mucho acerca de cómo las personas se perdían de disfrutar de la vida y sus placeres. Arribamos a una serie de conclusiones: una fue que quizá la vida moderna, pletórica de imágenes motivadoras, excitantes, conducentes al éxito y en su mayoría presentadas como ideales, impide a los espectadores reconocer los caminos u opciones personales para lograr aquello que se desea. Otra conclusión fue que los ideales no surgen de las personas sino que son claramente impuestos por el mercado de consumo, por ejemplo, la idea o el ideal de belleza está dado por las o los “modelos” y cuanto más jóvenes parecemos mejor nos vamos a sentir. Esta imposición produce un desequilibrio interno, ya que cada persona tiene en su interior un deseo primario y el modelo de éxito impuesto la enfrenta a una permanente frustración; unido a esto, la realidad concreta de que los años pasan y con ellos envejecemos. Envejecer nos acerca a la muerte y esta verdad ya produce bastante angustia, pero envejecer también significa haber vivido, haber adquirido experiencia, y de ninguna manera debe ser motivo de vergüenza.

Por otro lado, existe en nuestro tiempo la “necesidad” de que todo debe suceder ahora o bien, cuanto antes mejor; incluso, el hecho de que algo suceda “ya” produce una sensación aparente de beneficio, no sólo económico sino satisfacer un deseo presupone el éxito. La búsqueda personal de la felicidad se ha convertido en una carrera de Fórmula 1, en la cual damos vueltas y vueltas a tan alta velocidad que no podemos ver qué sucede a nuestro alrededor y, por lo visto, el premio dura muy poco. El apuro por llegar y los mensajes entrecortados provocan un nivel de exigencia desmesurado que perjudican el cuerpo, la mente y el espíritu de las personas.

En cuanto a las relaciones amorosas, con mi compañero, nos sorprendíamos al ver el egoísmo con el cual las personas se relacionan. La gran necesidad de amor y la poca disposición para amar y dejarse amar. Por un lado, las mujeres quieren “tener” un hombre comprometido y, por otro, los hombres escapan al compromiso. Como si el compromiso fuera una virtud y no la consecuencia del crecimiento y desarrollo de una relación. Amar compromete a las personas y cada persona tiene una forma de amar y de comprometerse con sus sentimientos. El problema reside en la confusión respecto de los sentimientos, la falta de distinción entre estar enamorado, amar, querer, gustar, atraer, excitar; esta confusión es principalmente interna, ya que, en general, las personas no pueden discriminar lo que realmente sienten, entonces qué derecho tienen en exigir un compromiso o cómo decidir un compromiso. Hay muchos tipos de relaciones y de cada una surge un determinado compromiso, lo central es poder disfrutar los momentos de encuentro, y lograr que esos encuentros sean veraces, placenteros y fructíferos, que permitan acrecentar la experiencia de vida y, si en algún momento concluyen, queden como un buen recuerdo.

Estas líneas de pensamiento enriquecieron la experiencia que estábamos viviendo. Nos gustábamos mucho mutuamente, no necesitábamos demasiadas cosas para sentirnos bien y plenos, el afecto surgía sin necesidad de apurar los compromisos y de hecho no nos sentíamos maniatados el uno al otro. Una de las bases de esta relación era el aspecto sexual: cada uno se sentía en armonía con el tiempo interno, los encuentros íntimos eran intensos y por demás creativos.

Aún así, pasamos por momentos de desencuentros y eso nos desafió a una búsqueda mayor de placer y armonía. Queríamos aprender a disfrutar al máximo de nuestro propio cuerpo y también del cuerpo del otro.

Hace un tiempo, una amiga me comentó que después de cumplir 40 años se sentía muy plena, principalmente en sus relaciones sexuales y que tenía varios orgasmos antes de que su compañero llegara al suyo. Mi amiga era multiorgásmica sin saberlo, en mi caso, estos orgasmos múltiples habían sido el resultado de una búsqueda. Por otro lado, y con motivo de una charla muy íntima, un amigo me confesó que con su última compañera se había enterado de su condición de multiorgásmico, siempre lo había sido y él lo ignoraba; de hecho, sus anteriores compañeras de algún modo lo desprestigiaban como hombre; por el contrario, la nueva compañera apreciaba en gran medida haber encontrado un hombre multiorgásmico que la acompañara también en su multiorgasmia y en la práctica conjunta del Tantra.

Lo único que tenemos es a nosotros mismos. Nadie tiene derecho a decidir mis deseos ni mis gustos, ni intervenir en mi búsqueda de la felicidad. Nada debe interferir ni determinar mis gustos, mis deseos, mis placeres.

La mirada oriental del placer

Cuando nos propusimos investigar sobre el tema de mejorar nuestros encuentros amorosos, con mi compañero recurrimos a algunos amigos y profesionales. Unos nos dijeron “¿Para qué?” otros nos proveyeron de libros que tratan el tema del placer, entre muchos libros dirigimos nuestra atención a aquellos que hablan sobre la mirada oriental del placer.

Los orientales tienen una postura muy diferente ante la vida que nosotros, los orientales. Son más tenaces a fuerza de observar y vincularse más con la naturaleza. Esto no significa que pasan sus días meditando debajo de un árbol con la vista fija en un punto del horizonte sin hacer nada. Los orientales en esencia conciben la vida humana como parte del universo y la incluyen espiritual y carnalmente dentro de la armonía producida entre el Yin y el Yang. El placer es una condición intrínseca de la vida ya que está ligado al amor, que a su vez la idea de amor también incluye al sexo.

Las religiones orientales están sumamente arraigadas en las costumbres y esto es así porque estos pueblos han vivido intensamente por miles de años imbuidos de sus creencias. Además, todos los proverbios y sentencias conllevan una práctica aplicable a la vida cotidiana, basados en la concepción de que cualquier acto personal, individual, influye en el universo en su totalidad.

Hoy en día llega a occidente la idea de que los orientales viven mejor que nosotros. Esto probablemente no sea así, tal vez los orientales sienten que nosotros vivimos mejor que ellos. Probablemente, sería más acertado decir que ambas culturas tienen mucho para aportarse mutuamente para mejorar la calidad de vida de todos los seres humanos.

Una de las cosas que más nos llamó la atención respecto del Tao del amor es que la vida sexual está íntimamente ligada con la longevidad. Bien se sabe que para los orientales la extensión de la vida conlleva el mérito de la sabiduría, de modo que las prácticas alimenticias y todas las referidas al control y salud corporal están arraigadas, precisamente, en este propósito: para el varón, respecto permanecer potente la mayor parte de su vida, no solo en función de la procreación sino también en función de vivir palcenteramente hasta el último día de su vida; en tanto que para la mujer, una vida sexual plena y satisfactoria no solo la embellece y le brinda mayor felicidad sino que mejora sobremanera el vínculo con el varón y el universo.

Mi compañero y yo, después de leer y meditar acerca de la concepción oriental de la vida, nos propusimos compatibilizar nuestras costumbres con las de la cultura oriental. No es muy fácil, pero tampoco es imposible. En esa oportunidad nos planteamos el hecho de ser rigurosos o no con las prácticas alimenticias; uno decidió adoptar, al menos por un tiempo, esos hábitos; en cambio el otro consideró que lo importante era mantener una dieta saludable y evitar excesos, ya que no era necesario un cambio rotundo porque esta búsqueda de ninguna manera debía significar un “sacrificio”.

En primer lugar, nos compenetramos con el sentido del tiempo: cambiamos la frase “no tengo tiempo” (que en general significa otra cosa) por otras opciones más veraces, por ejemplo “no tengo ganas” o “no es el momento”. Nos hacíamos tiempo para estar juntos, a pesar de que nuestros horarios libres eran muy diferentes, siempre hallábamos un tiempo para compartir, y la consigna principal era “deseo verte”, esto redundó en gran beneficio para ambos, porque no importaba la cantidad numérica del tiempo sino la calidad, y tampoco importaba qué hacíamos con ese tiempo, sino que lo compartido era verdaderamente placentero. El tiempo dedicado a los encuentros sexuales, se convirtieron en un tiempo sumamente especial.

En segundo lugar, el sentido de la palabra: las palabras debían reflejar la verdad, esto nos permitió aprender a escuchar lo que nos decíamos y por otro lado, valorar aquello que cada uno tenía para decir. De modo que sea lo que fuere, si se refería a nuestra relación, había que decirlo sin miedo, y esas verdades nos acercaron mucho más que cualquier mentira o mentirita.

En tercer lugar, el sentido del conocimiento: Un ejercicio muy interesante fue: nunca decir “yo soy así o asá” sino preguntarle al otro “¿cómo soy?”. Cuando uno se despoja de los prejuicios a cerca de uno mismo y permite que otro nos muestre nuestras actitudes y conductas frente a las distintas situaciones, nos sorprendemos de quién y cómo somos. En cuanto a las relaciones sexuales, muchas veces nos relatábamos mutuamente los gestos, los movimientos que reflejaban las sensaciones. Este conocimiento nos ayudó a estar más en armonía física y espiritualmente, mejoró en forma notable nuestra satisfacción sexual. Él sabía y yo sabía, y también siempre hay más para conocer, incluso las formas de búsqueda de este conocimiento son infinitas y cada uno debe encontrar la suya.


Sofía Katz es médica y psicóloga. Durante finales de la década del 60 y principios de los años 70 reside en California, lo que le permite entablar un contacto estrecho y asiduo con varios intelectuales de la escuela de Palo Alto, corriente que realizó aportes fundamentales a la teoría de la comunicación y a la psicología. Fue también allí, en la transgresora California de esa época, donde participó de experiencias alternativas varias: la vida en comunidad, el sexo libre y el consumo dirigido de sustancias psicodélicas. Actualmente, el interés de sus investigaciones se centra en las técnicas sexuales orientales.